Por Marta Snaidero
A principios de este año, la Organización Miss Universo informó que Magalí Benejam, representante de Argentina en la edición 2024 del referido certamen internacional (realizado en México en noviembre último), había sido destituida de su condición de Miss Universo Argentina 2024 por haber hecho una serie de comentarios críticos y negativos en relación a los resultados de la competencia.
Básicamente, esta joven cordobesa, de 30 años, insinuó y dejó entrever que la elección de Miss Universo fue arreglada, y que hasta algunos de los jueces se sorprendieron al darse a conocer las finalistas y el nombre de la participante consagrada ganadora.
Así fue como Magalí, que estuvo considerada entre las Top 12 del famoso concurso (es decir semifinalista), se quedó de manera oficial sin su título de Miss Universo Argentina 2024 y pasó a ser, concreta e indefectiblemente, una reina o miss sin corona.
Y es esto lo que me lleva a recordarle, ante todo, que ella, al momento de hablar y decir lo que dijo, no debió perder de vista que no es ajena a los colores celeste y blanco que con orgullo y madurez debió lucir en todo momento, sea en el escenario o ante un micrófono.
Lamentablemente, no medir nuestras palabras trae sus consecuencias. Y cualquier representante de un país debe estar capacitada para afrontar el triunfo o la derrota.
Durante siete años estuve "del otro lado del mostrador", como suele decirse, ya que no participaba en esta clase de certámenes como candidata sino que me dedicaba a organizarlos.
Y en todo ese recorrido fue El Litoral el medio que más me acompañó, desde el año 1987, hasta que me desvinculé de la señora Nélida Aldunatte, mucho más conocida como Nelly Raymond, gran periodista, actriz y conductora, a su vez licenciataria a nivel internacional de certámenes como Miss Mundo y Miss Universo.
Justamente, en El Litoral, bajo el título "Certámenes de belleza", en la edición del 15 de diciembre de 2016 expresé ampliamente el por qué entiendo que al representar a una provincia, una región o una nación, a través de sus fiestas, la mujer no es "víctima de violencia de género" -como se intentaba argumentar en ese momento- y mucho menos es "cosificada".
¿Por qué "cosificada"? ¿Por ser puntuada y calificada por sus antecedentes culturales, deportivos, sociales y profesionales?
Porque, en definitiva, esos son los aspectos y atributos que acompañan o deben acompañar la valorización por su porte (léase elegancia) y su simpatía, además del compañerismo (lo definen las otras participantes) y su capacidad de respuesta ante el Jurado, que es en definitiva el que decide quién se convierte en la embajadora, no solo en futuras competencias sino en todo momento (algo que Magalí debe entender), como ejemplo de tenacidad, solidaridad y reflejo de la idiosincracia del lugar que representa.
En esta clase de certámenes la generalidad indica que las participantes sean representantes de países en paz, pero si ello no fuera así, lo anterior no es motivo de rechazo o impedimento para competir, como sucede actualmente en algunos eventos deportivos.
Lo menciono como ejemplo. Las postulantes, que al igual que los deportistas no portan armas, deben enfrentar a sus pares con espíritu de confraternidad y de superación personal, estrechando lazos sin mezclar simpatías políticas o ideológicas.
De cláusulas y reglamentos
Al margen de lo anterior, nadie en realidad puede evitar que detrás de las bambalinas, o en un escritorio, se cierre algún tipo de "acuerdo" o "arreglo" -por así llamarlos- que, en mayor o menor medida, las postulantes marginadas del triunfo final suelen ver como "acomodo" en favor de la electa.
Al parecer es lo que notó o habría notado Magalí, si bien ella no hizo tanto hincapié en la ganadora, Miss Dinamarca, sino en la conducta de Miss Puerto Rico y Miss República Dominicana, así como en los gestos de sorpresa de algunos de los jueces cuando se dieron a conocer las finalistas.
En una competencia de esta naturaleza, como en las deportivas, se tienen en cuenta la habilidad del participante, tanto como el estado del equipo que se usa para competir, por citar un detalle. Entonces, si deseamos acceder a un trabajo o estudio, lo normal es que debamos acogernos a los requisitos previstos para una mejor funcionabilidad.
Por ende, habrá cláusulas que respetar, las que no nos resultan desconocidas porque surgen en las entrevistas previas. De hecho, de no coincidir las mismas con nuestras expectativas, somos totalmente libres de retirarnos y dejar el lugar a quienes aceptan desempeñarse bajo dichas normas de convivencia y participación.
En el caso de los -para mí mal llamados- certámenes de belleza, no requieren de un juramento que luego no cumplen, como algunos "representantes del pueblo", pero sí de la firma al pie de esas cláusulas, las que son previamente exhibidas.
Nada ni nadie las obliga a aceptar sí o sí. Está en el interés personal de cada una de ellas respetar lo aclarado e informado, previa aceptación en conformidad. En cuanto a mi experiencia sobre el tema, diré también que para conocer las complicaciones que muchas veces surgen hay que pertenecer a un equipo de producción.
Ninguna participante, si solo le interesa ganar, está obligada a permanecer callada si considera que hubo alguna injusticia, pero nada quita que valore el esfuerzo de quien organiza. Y a esto lo aclaro más allá del caso de la Miss Argentina ahora marginada, porque quizás han existido muchas "misses" que se sintieron "sin corona" por no haber ganado.
Es fácil criticar desde afuera (a organizadores y jueces), y muchos parientes, amigos, o novios de quien no obtuvo el primer puesto, incentivan a objetar el resultado.
Ya en diciembre de 1965, en devolución a una nota cursada por la propia Nelly Raymond el 23 de noviembre de aquel año, la señora Jean Gibbons, que llegó a ser la administradora del concurso Miss Mundo, se manifestaba –por ejemplo- a favor de que las postulantes no viajen a los certámenes con los familiares.
En dicha carta (de la que guardo el original hasta el día de hoy), Gibbons advertía a Nelly sobre los inconvenientes internos que podrían surgir si aceptaba esas intromisiones y le pedía que tomara las precauciones del caso, citándole el revuelo armado por la madre de Miss Perú, disconforme porque su hija no recibía la suficiente "publicidad" de parte de la organización de Miss Universo.
Gibbons no se equivocaba para nada. Aunque yo podría citar un caso que me parece relevante como influencia hasta positiva si se quiere. Cuando Carolina Brachetti viajó a participar de un certamen a Singapur en compañía de su padre, este, disconforme hasta con el traje típico dado a su hija, no dudó a su regreso en registrar la marca Miss Argentina y la de todas las provincias.
Su hija posteriormente llevó adelante la elección y el padre hasta me designó para representarlo como integrante del jurado en la Fiesta Nacional de la Miel. De todas formas, los trajes típicos de Argentina, siguen exponiéndose con diseños pobres y poco representativos.
La "diversidad" mal entendida
En 1989, habiendo organizado la Primera Expo-Niño en Santa Fe, con marca registrada "Revelación Infantil", una importante cantidad de pequeños, sin distinción de género o de edad, compitieron individualmente, tocando un instrumento, recitando, o sumándose con cualquier actividad a su elección.
La diversidad e inclusión se dio en las actividades deportivas de salón donde interactuaron gracias al aporte de profesores de educación física designados por la Dirección Provincial de Deporte. Eso es lo que yo entiendo por inclusión o diversidad.
Ahora parece que es muy distinto. Hay una "diversidad" mal entendida. Se ha tergiversado todo, a tal punto que en los concursos donde históricamente inscribían a señoritas o señoras como "Señora Mundo", ahora hasta pueden participar hombres vestidos como mujer, maquillados, con un ridículo "andar felino" y ocultando quizás algunas cirugías.
Usurpan, creo, el lugar que no les corresponde, como lo han logrado en la natación, el boxeo y en otras disciplinas, generando los lógicos reclamos de parte de quienes tienen que enfrentarlas (o enfrentarlos).