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Opinión del Lector

¡Qué vieja es la nueva subjetividad!

Jorge Halperín

Por Jorge Halperín

Enigma: ¿cómo pudo suceder en el país de América Latina que alumbró y mantiene ya por ocho décadas una fuerza como el peronismo, impulsora de la justicia social, que aquí fuera ungido presidente el más extremista de los ultraderechistas del mundo?

¿Cómo las provincias “peronistas” votaron masivamente al ultraliberalismo, qué aspectos de las ideas libertarias se les hicieron potables?

Son las preguntas que muchos no dejamos de hacernos desde noviembre de 2023, aún admitiendo los errores y déficits del último gobierno peronista.

Y vienen seguidas de otro interrogante: ¿cómo es que al cabo de un año de su gobierno de demolición quienes siguen esperando milagros de Milei sean tantos, particularmente en las provincias donde la dependencia del Estado ahora amenazado es tan extrema, y en la vereda de enfrente vemos predominar un sentimiento de resignación de otra gran porción de argentinos?

Muchos estudiosos de los misterios de la política vienen a rescatarnos de la perplejidad explicándonos que hay una juventud -por lo menos desde la adolescencia hasta los “Sub 30”-, que, hartos de la vieja política, veneran a Milei porque ven en él a un tipo incontaminado de la política partidaria, carismático y distinto.

Nos señalan también que se fue construyendo una nueva subjetividad que elige la autonomía personal, que desprecia los planes sociales, que está convencida de que cada uno se las debe arreglar sin Estado que subsidie y, por supuesto, que aborrece a los políticos profesionales, muy singularmente del peronismo kirchnerista.

El señalamiento de la nueva subjetividad nos hace sentir que como ciudadanos pertenecemos a la vieja subjetividad, o sea una suerte de “casta” progresista en retiro obsesionada con las “anacrónicas” ideas de soberanía política, independencia económica y justicia distributiva.

Con esa pátina de inapelable con la cual se presenta “lo nuevo”.

¿Y si no existiera tal cosa como “la nueva subjetividad”? ¿Si hubiéramos olvidado por un rato los recientes años del gobierno de Macri, y que treinta años atrás emergió y se eternizó por una década el menemismo, una brutal fuerza privatizadora, rabiosamente individualista y excluyente, y alineada con el Imperio en el llamado “Consenso de Washington”, en aquel caso directamente impulsado por la fuerza peronista?

¿O es casualidad que Milei coloque en lo más alto de su panteón a Carlos Menem?

No hay en la región una fuerza política arraigada con la profundidad de la que nació aquí en 1945, y, por lo mísmo, con tal capilaridad que en su interior aloja a las expresiones más diversas.

Así, por estos días los encuestadores pueden encontrar que jóvenes votantes peronistas denostan al Estado de Bienestar y, desde el otro extremo, asistimos por enésima vez, luego del fallido atentado, a la implacable persecución política, mediática y judicial de la líder peronista que fue infinidad de veces descripta como un cadáver político.

Por supuesto que en los 90 de Menem la derecha aún no estaba organizada partidariamente, y metió su virus en el peronismo valiéndose de las imágenes del fracaso del radicalismo de Alfonsín y del impresionante disciplinamiento al que el poder sometió a la sociedad con el estallido hiperinflacionario.

Podría decirse, entonces, que fue en los noventa que irrumpió una nueva subjetividad de pizza con champán, siempre que se crea que la feroz dictadura liberal de Videla y Martinez de Hoz sólo se mantuvo siete años en el poder por el recurso del miedo, y no por apoyos de partes significativas de la sociedad.

Mi punto es que no hay nuevas subjetividades, que la desconfianza ante el Estado y el culpar de las crisis a los gobiernos peronistas, porque ponen el acento en distribuir y contener socialmente, que el estigma de “corruptos” que se vuelca sobre el peronismo y se cuida de que no salpique a los líderes de la derecha, todo es tan antiguo como el antiperonismo y podríamos remontarlo hasta el llamado antipersonalismo dirigido contra los buenos tiempos de Yrigoyen.

Sobre el líder radical cayeron en su tiempo acusaciones de “demagogia personalista” por sus políticas populares, así como un par de décadas más tarde se cuestionaba a Perón como mínimo por “repartir irresponsablemente en lugar de primero crecer”.

Por supuesto que el derrotero político, las oscilaciones van variando en función de errores y aciertos de los gobiernos, de las consecuencias de sus políticas. También de factores fuera de control como grandes sequías o pandemias o crisis que estallan y se propagan desde los centros mundiales.

Pero explicar los volantazos históricos del país por un supuestamente profundo cambio en las subjetividades induce a vernos indefensos ante una supuesta ola indetenible del capital financiero que habría llegado para quedarse, y erosiona la confianza en la idea de un país en el cual la riqueza esté mejor repartida.

Como mínimo, la “nueva subjetividad” huele a viejo.

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