Por Daniel Caran
“En estas condiciones es complicado anunciar un plus de fin de año para los municipales”, admitió Fabián Ríos, y sus palabras sonaron entre sinceras y crueles.
Sinceridad pura en el contexto de una pelea que parece no tener retorno.
Cruel e insensible, si se tiene en cuenta al siempre golpeado trabajador municipal, que nada tiene que ver (ni le interesa) del conflicto renovado en el tiempo entre sus autoridades directas y el gobierno provincial.
Aunque Ríos tiene sus razones, y su sinceridad puede tener justificativos, el empleado bien puede decir “que tengo yo que ver en esto?”. Por eso al menos suena contradictorio que a mayor nivel de conflicto, más sean los golpes en contra del sector trabajador.
El intendente de Capital no es un improvisado. Sabe y comprende cómo se dan los niveles de pelea, y al encarnizar una lucha conoce las consecuencias.
Entonces, ¿recrudece el nivel del conflicto con el costo del malestar de sus propios trabajadores?.... ¿o apela al pragmatismo de acordar de acuerdo a las circunstancias?.
No es un desafío fácil. Menos para quien tiene otras aspiraciones.
Lo de Colombi es harto conocido: su enojo continúa y no tiene ni quiere tener límites para demostrarlo.
Cuando habla de “algunos faltaron a su palabra”, recordando a supuestos acuerdos con peronistas que avalen su re-re, parece referirse a chicos peleando por sus bolitas, sin entender siquiera el significado de una palabra clave (o dos): coherencia política.
Hoy, enfrascado en un odio sin fronteras, le pega a Ríos pero indirectamente a los empleados municipales en una estrategia que conoce de otros tiempos, cuando ahogó financieramente a Nora Nazar en su administración.
Pero hay una diferencia con esos tiempos: antes se jugaba su futuro. Hoy sabe que no tiene nada que perder… ni que ganar.
Su odio es porque sí… y eso es muy peligroso.