Por Omar Lopez Mato
Casi tres años después de la creación de la bandera, el prócer viajó a Europa con Rivadavia y Sarratea para buscar un príncipe español –o un inca- que inaugurara en estas tierras una monarquía como la británica.
Abogado, economista, periodista, político y militar… estas fueron algunas de las múltiples facetas de Belgrano, quien también cumplió tareas como diplomático en los difíciles momentos que atravesaba la patria naciente, cuando Fernando VII reasumió el poder en España después de la caída de Napoleón...y de la máscara de sumisión a la corona que habían mantenido los distintos gobiernos porteños desde 1810.
El director supremo Gervasio Posadas, ante la negativa de los ingleses de venderle armas a las colonias americanas rebeldes, dada una nueva alianza entre España y Gran Bretaña, decidió enviar a Bernardino Rivadavia, Manuel Belgrano y Manuel de Sarratea –lo más granado y cultivado de la sociedad porteña– a negociar con el nuevo soberano español, “una pacificación sólida y equitativa”.
Posadas y muchos porteños temían una retaliación de la monarquía ibérica después de la insubordinación de los criollos. A instancias del ministro Stranford, el director envió a estos diplomáticos en busca de un príncipe español para aplacar cualquier sanción de la corona.
En diciembre de 1814, Belgrano y Rivadavia partieron desde Buenos Aires (Sarratea ya estaba en Europa). El primer lugar que tocaron fue Río de Janeiro donde se reunieron con el poderoso Lord Strangford, ideólogo de esta misión.
A pesar de haber sido Belgrano un ferviente promotor del carlotismo, la princesa Carlota, hermana de Fernando VII y esposa del rey Juan de Portugal, no recibió a los diplomáticos. Bien sabía que las posibilidades de convertirse en la Reina del Plata, con su hermano en el poder, eran ínfimaSs.
En una carta dirigida al ministro Castlereagh, Strangford le informó sobre esta misión rioplatense y “la alarma por el tono de moderación adoptado por el director Posadas”. Miembros de ejército y muchos seguidores de la causa libertaria no veían con buenos ojos esta embajada y Stranford, siempre bien informado, le advertía al Primer Ministro las limitaciones del caso.
Además, la conducta “poco ortodoxa” (llamémosla así) de Alvear durante la Toma de Montevideo tenía mal predispuesto al gobierno de Madrid contra los representantes de la ex colonia rebelde.
Rivadavia (quien remplazó al Dr. Pedro Medrano, originalmente elegido para esta misión) y Belgrano llevaban instrucciones reservadas para aceptar “la venida de un príncipe de la Casa Real de España… como soberano bajo las formas constitucionales que establezcan las Provincias”.
Durante su estadía en Londres, donde se encontraron con Sarratea, aprovecharon sus días para sondear la opinión de las potencias sobre una hipotética declaración de independencia de las Provincias Unidas. Las respuestas no siempre eran auspiciosas ...
Belgrano: misión secreta en Londres
Mientras Belgrano permaneció en Londres, aquejado por problemas de salud, vivió un fugaz romance con una emigrada francesa llamada Isabel Pichegru, quien decía ser hija de un general republicano.
Rivadavia intentó llegar a Madrid con la intención de presentar sus respetos al rey, pero Napoleón volvió al poder durante sus famosos Cien Días. Bajo estas nuevas circunstancias, los tres porteños consideraron que sería necesario dilatar las negociaciones hasta ver el desarrollo de los acontecimientos.
Sarratea, convencido de que Fernando no aceptaría hablar con los diplomáticos porteños, entró en tratativas con un tal conde de Cabarrús, quien decía tener fluidos contactos con Carlos IV –exiliado en Roma– a fin de autorizar al infante Francisco de Paula a ser coronado como monarca del Reino Unido del Río de la Plata.
Entusiasmados con la perspectiva de concluir exitosamente su misión, redactaron el proyecto de creación de un reino constitucional como el británico, con duques, condes y toda una estructura de nobles y aristócratas. Obviamente la bandera nacional sería la creada por Belgrano (curiosamente cuando la izó por primera vez en Rosario, Rivadavia lo reconvino por semejante acto de insensatez).
Con el pasar de los días, el entusiasmo decayó y Belgrano le envió una carta a Sarratea donde le advertía sobre los gastos excesivos en los que había incurrido Cabarrús durante su segundo viaje a la corte de Carlos IV en el exilio.
El tema de los gastos de esta misión diplomática había creado un cortocircuito entre Belgrano y sus compañeros ya que Sarratea, en lugar de depositar las notas de crédito que le había otorgado el gobierno porteño en la casa financiera Wigmore –como estaba previsto–, lo hizo con los banqueros Hullet, Hers and Company.
Aunque Belgrano se resistió, Rivadavia lo convenció de la conveniencia de hacerlo con este banco. Con el tiempo, los Hullet serían los socios de Rivadavia en su aventura de las minas de Famatina…
La figura de este conde es enigmática y controvertida por ser uno de esos personajes que habitan las tinieblas de la historia.
Belgrano, secuestro de un Rey y reto a duelo
Domingo Cabarrús Galambert (1774- 1842) era hijo de Francisco Cabarrús Lalanne, un destacado banquero hispanofrancés fundador del Banco Nacional de San Carlos, al que Carlos IV había nombrado conde. Francisco falleció en 1810 (su retrato fue pintado por Goya) y Domingo heredó el título.
La hermana de Domingo, Teresa, pasó a la historia por sus peripecias durante la Revolución Francesa y su íntima amistad con Josefina Bonaparte. Después de la caída de Napoleón y el retorno de Fernando al trono español, Cabarrús fue acusado de colaborar con los franceses y debió emigrar a Londres donde conoció a estos porteños y ofreció sus servicios como intermediario ante Carlos IV y su favorito, Manuel Godoy –el llamado “príncipe de Paz”– quien compartía las estrecheces del exilio con los ex monarcas.
Cabarrús y Godoy vieron una oportunidad de lucrar a expensas de su influencia en la corte de Carlos IV y les ofrecieron a los diplomáticos de la ex colonia un proyecto descabellado: secuestrar a Francisco de Paula –hermano menor de Fernando VII– y llevarlo a la sede de su nuevo reino del Río de la Plata.
Sin embargo, sus padres aprovechando su permanencia en Roma, también habían hecho gestiones para convertir a Francisco de Paula en cardenal. Parece que la vocación del príncipe no pasaba por el celibato y dejó embarazada a una amante.
Fue así como terminaron sus aspiraciones a purpurado y, a instancias de su hermano Fernando, de convicciones “absolutamente absolutista”, Francisco de Paula también desistió de su trono a orillas del Río de la Plata. Fernando no quería ver limitado su poder.
Todo esto fue demasiado para Belgrano quien, a pesar de su repudio por los lances de honor que había prohibido entre sus subalternos como general, retó a duelo al nefasto conde que había gastado una fortuna del gobierno criollo en esta aventura disparatada. Rivadavia, quien, como vemos, tenía ascendencia sobre Belgrano, lo instó a dejar de lado esta reparación del honor patrio y dejar al conde con vida (con los años, Cabarrús ocupó varios puestos encumbrados).
El 19 de julio de 1815, el nuevo Director Supremo Álvarez Thomas (sobrino de don Manuel) le escribió a Rivadavia y Belgrano revocándoles los poderes para negociar el nombramiento de un monarca, razón por la cual Belgrano decidió volver a Buenos Aires mientras Rivadavia y Sarratea continuaron buscando un rey para el Río de la Plata.
Una vez más, el conde de Cabarrús actuó en nombre de Sarratea y entrevistó a Pedro Cevallos, primer ministro español, quien rechazó el proyecto de instaurar una monarquía en la ex colonia. No obstante esta afirmación, Rivadavia consiguió reunirse con el mismo ministro a quien reconoció el vasallaje del virreinato del Río de la Plata “como parte integrante de la monarquía española”. A pesar de esta sumisión, Rivadavia fue expulsado de España.
Suele decirse que mientras nuestro prócer estuvo en Londres fue recibido por Jorge III, quien le habría regalado un reloj de oro esmaltado con una imagen del general Lafayette (algo bastante extraño para un rey inglés que había perdido sus colonias americanas gracias a la asistencia de un general francés).
Sin embargo, Jorge III estaba enajenado (probablemente padecía una porfiria) y su hijo, el futuro Jorge IV, ejercía la regencia y no estaba dispuesto a poner en peligro sus relaciones con el imperio español...
Belgrano le entregó este reloj como pago de los servicios del Dr. Joseph James Thomas Redhead quien lo asistió en los últimos días de su vida. El reloj terminó en el Museo Histórico Nacional del que fue sustraído en el año 2007 y desde entonces no se han tenido noticias de él. La inseguridad de los museos no es solo un defecto argentino, en Estados Unidos han robado una dentadura postiza de Washington ...
Belgrano y el rey inca
Belgrano, a poco de llegar a Buenos Aires, viajó hacia Tucumán para contarle a los diputados del congreso independentista su perspectiva de lo que acontecía en Europa y su idea de coronar a un descendiente del inca como rey del nuevo país, proyecto que no solamente fue rechazado sino que recibió la burla de algunos congresales.
Como vemos, muchos de nuestros proceres eran de inclinaciones monárquicas, circunstancia que era de esperar en una época donde la monarquía era el sistema político dominante.
Sin embargo, en las versiones simplificadas y almibaradas de nuestros cronistas se evita hablar de estos intentos de coronar un rey, ya que los inmigrantes que poblaron nuestra patria venían de países donde la monarquía había fracasado o, al menos, no les había permitido a sus súbditos tener al nivel de vida que aspiraban.
Esto los empujó a emigrar hacia esta tierra que abría sus puertas a todos los hombres de buena voluntad, como la que había demostrado tener don Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano.