"No somos cristianos si dejamos pasar el error, sin oponerle la Verdad, e instalarse el mal, sin oponerle la virtud", planteó el arzobispo, al reflexionar sobre cuál debe ser aporte el a la sociedad.
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo, reflexionó sobre el pasaje de la Visitación de María a Isabel, y consideró que "el breve texto evangélico, gracias a su plasticidad, otorga la ocasión de renovar la fe y de acrecentar su fervor".
"El aporte de los cristianos a la sociedad que integran es el Evangelio vivido con autenticidad. Incluye riesgos y compromisos concretos, ante la urgencia de restaurar la justicia y la paz", recordó.
"No somos cristianos si dejamos pasar el error, sin oponerle la Verdad, e instalarse el mal, sin oponerle la virtud", planteó, y profundizó: "En esta confusión, perfectamente descrita en el Cambalache de Discépolo, se impone la fidelidad a la Verdad, revelada en Cristo, y al bien, personificado en los santos".
El arzobispo lamentó que "la confusión toque conciencias y mentalidades", y advirtió: "De esta manera, el campo de batalla se amplía y no siempre su fragor se acalla, al menos ahora y aquí, con la victoria del bien sobre el mal que Cristo logra".
"Volvamos a Cristo y construyamos nuestras comunidades, y las estructuras que las constituyen, aceptando los términos que el mismo Señor encarna con absoluta fidelidad", concluyó.
Texto completo de las sugerencias
1.- El misterio de la Visitación. ¡Qué conmovedora es la escena de la Visita de María a Santa Isabel! María está recién embarazada de Dios. No obstante, decide acompañar a su prima, en espera del nacimiento de Juan, el Precursor. Cristo, recién concebido, conmueve a Juan por nacer: "Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas la mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!". (Lucas 1, 41-42) Isabel profetiza, porque intuye la presencia del Verbo, hecho carne en María, y así lo confiesa. La Iglesia, como María, es portadora del Verbo Encarnado y lo lleva consigo en su relación con el mundo. El Bautista que, por la acción del Espíritu, está naciendo en el mundo, necesita ese saludo de María para saltar de alegría y cumplir su misión de preparar la llegada del Señor. La Iglesia que, imitando a María, es portadora de Jesús, se dirige al mundo, a lo que hay de Juan en él. Para ello, necesita aprender de Juan a ser penitente y transformar la vida del mundo, en un auténtico itinerario de conversión y santidad. En suma, la tarea pastoral de la Iglesia puede sintetizarse en esa doble acción del Espíritu: la de María, que lleva a Jesús, para la salvación del mundo; y la de Juan, que allana el camino para la llegada del Señor. Toda la Iglesia, en sus bautizados, y los sacramentos de la gracia, está en el mundo para hacer presente esa doble acción del Santo Espíritu: la de María, que trae consigo a Jesús, y la de Juan, que prepara los corazones para recibirlo. Es oportuno mantener puesta la atención en ese Misterio, que el Espíritu Santo revela, mediante la maternidad virginal de María. De esa manera, prepara los espíritus para lograr, mediante la pobreza y la docilidad a su acción santificadora, la conversión y la santidad. Hace unos años, al tratar el tema de la evangelización, se empleaban dos términos técnicos claramente revelados en la Visitación: pre-evangelización y evangelización.
2.- María e Isabel: Jesús por nacer y Juan por nacer. El mundo actual necesita la presencia humilde de María y del Bautista, para alojar al divino Niño. El texto evangélico que hoy ofrece la Litúrgica de la Iglesia establece un vínculo, en la esperanza de la llegada del Mesías, con Jesús. María e Isabel: Jesús por nacer y Juan por nacer. Misterio cargado de simbolismos, en los que se revela Dios. En pocos días, postrados ante el Pesebre, contemplaremos cómo Dios se hace Niño, necesitado de los cuidados y ternura de María. Hoy también, en la Eucaristía, se hace pequeño necesitado de los cuidados y ternura de la Iglesia. Al adorarlo, recién nacido, nos asomamos a la gruta de Belén, para brindarle el deseo de imitar a María: obediente al Padre, dócil al Espíritu y dispuesta a servir a Isabel. No es ésta una celebración religiosa más, es un proyecto de vida, dimanado de la Navidad. Lo que Jesús ofrece, como contenido de su predicación, requiere, desde su propio anonadamiento, ser recibido con corazón pobre y espíritu de niño. Nos aproximamos a la Noche Santa de la Navidad. Es preciso celebrar su verdad y limpiarla de toda contaminación que la desfigure. No es fácil cuando la fe está alicaída y se pretende asimilar - la Navidad - a cierto altruismo romántico y puramente festivo. Es lo que en los medios de comunicación más sofisticados se impone, con fines lucrativos, religiosamente descalificables. Es un verdadero desafío celebrar la Navidad respondiendo a su verdad. Si somos fieles a la Palabra experimentaremos la urgencia de celebrar una Navidad que responda al Misterio divino que recuerda. Es necesario revisar nuestra catequesis y celebraciones litúrgicas, en lo que hay en ellas de imprescindible docencia. Es aprender de Dios, lo que nos ha revelado de Sí, en el misterio de la Encarnación de su Hijo Divino. ¡Qué alejados están de Dios, muchos de los que se desean felicidades, y no saben qué es la Navidad! Los santos esperaban la Noche Santa en la contemplación del nacimiento del Niño, plácidamente recostado en un pesebre, ante las miradas tiernas y extasiadas de María y de José. Los pobres y los niños, absortos ante la representación del nacimiento de Jesús, constituyen el modelo a seguir. Las mesas, bien surtidas de alimentos y bebidas, no logran expresar lo que se pretende recordar y celebrar. Al contrario lo sacan del marco propio y, por lo mismo, lo desnaturalizan. Quienes se reconocen cristianos necesitan reflexionar y, si se atreven, orar ante el Pesebre familiar.
3.- Adviento constituye un aprendizaje de fe en el Salvador. María e Isabel manifiestan su fe al reconocer la presencia de Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Isabel se confiesa con poco nivel personal para recibir y alojar a la Madre de su Señor. De esa manera, aprende de María a creer, con el Bautista en su seno, de Quien su joven visitante trae ? en su seno virginal - para ella y para el mundo. Este final del Adviento constituye, para las dos mujeres santas, la síntesis de un auténtico aprendizaje de fe en el Salvador. También lo es para nosotros, a una distancia de más de veinte siglos. No obstante, hoy la fe nos permite actualizar su adorable presencia en nuestras conflictivas circunstancias. María e Isabel, en la conmovedora escena de la Visitación, nos enseñan a reconocer y adorar a Dios - en la Santísima Virgen embarazada - y a saltar de alegría en la humilde madre de Juan. ¡Qué buen Adviento, si nos adentramos en el Misterio navideño, participando de los sentimientos de María e Isabel! El gélido mundo actual necesita una actualización de aquellos sentimientos de reconocimiento y adoración. Nuestra responsabilidad de bautizados es actualizar los sentimientos de María e Isabel. El Adviento y la Navidad se constituyen en la ocasión imperdible para arreglar nuestra vida de fe, o reconocer que estamos tristemente desposeídos de ella. Aprovechemos la oportunidad singular que nos ofrece el Adviento para iniciar una relación con Cristo, que arranca del pobre Pesebre y se reviste hoy de una sacramentalidad, que halla su cumbre en la Eucaristía. Es cuando aparece el sentido de una religiosidad que, hasta hoy, quizás fue formal y desechada como un aspecto ajeno a nuestros intereses e intenciones y, por lo tanto prescindible. El mundo se ha ocupado de desjerarquizar, en nuestra existencia, la fe que dijimos adoptar al ser bautizados. Es preciso examinar qué hicimos de nuestra práctica religiosa, si acaso, en una lejana primera Comunión y Confirmación, la habíamos iniciado. En un pueblo, con mayoría de bautizados, es inexplicable el decaimiento o desaparición de la fe profesada. En el triste fenómeno de la incredulidad, en personas auto calificadas cristianas, salta a la vista la falta de coherencia entre la fe y la vida. Se han oído expresiones muy contradictorias: "soy católico y estoy de acuerdo con el aborto" / "estoy bautizado pero soy increyente". Es urgente que investiguemos sus causas y resolvamos sus dicotomías. Será el gran desafío al que la acción pastoral de la Iglesia debe responder sin dilación.
4.- Riesgos y compromiso de fe. El breve texto evangélico, gracias a su plasticidad, otorga la ocasión de renovar la fe y de acrecentar su fervor. El aporte de los cristianos a la sociedad que integran es el Evangelio vivido con autenticidad. Incluye riesgos y compromisos concretos, ante la urgencia de restaurar la justicia y la paz. No somos cristianos si dejamos pasar el error, sin oponerle la Verdad, e instalarse el mal, sin oponerle la virtud. En esta confusión, perfectamente descrita en el "Cambalache" de Discépolo, se impone la fidelidad a la Verdad, revelada en Cristo, y al bien, personificado en los santos. Es de lamentar que la confusión toque conciencias y mentalidades. De esta manera el campo de batalla se amplía y no siempre su fragor se acalla, al menos ahora y aquí, con la victoria del bien sobre el mal que Cristo logra. Volvamos a Cristo y construyamos nuestras comunidades, y las estructuras que las constituyen, aceptando los términos que el mismo Señor encarna con absoluta fidelidad.