Por Betina González
“Me lo pierdo” me contesta una ex alumna a una invitación que le mandé por mail. La frase queda dando vueltas en mi cabeza durante toda la mañana. Ya sé que es una forma trendy que se usa para quedar bien, pero yo preferiría que me digan “no puedo”, “no quiero”, “no me interesa ni un poco”, porque si en realidad hubiera algún tipo de pérdida en no ir a un evento muy deseado, una haría lo que fuera para ir o por lo menos escribiría unos cánticos o lamentaciones de un mínimo de 1000 palabras, número más o menos digno del dolor que tal privación implica, ¿no?
“Me lo pierdo” suena tan mentiroso y wannabe juvenil que mueve a la rabia. Es el equivalente al gesto de sacudirse una miguita de la manga o espantar un insecto que molesta. Del otro lado, una entiende que ha sido degradada a ese conjunto de obstáculos en la vida de alguien con demasiadas cosas que hacer como para contestar un mail en serio.
Dos cosas me vienen a la mente ahora que reflexiono sobre la frasecita. Primero, que los primeros versos del poema de Elizabeth Bishop habrían sido la respuesta perfecta para esa chica. Sería así: “No te preocupes (y acá entra Elizabeth) El arte de perder se domina fácilmente/ tantas cosas parecen decididas a extraviarse/ que su pérdida no es ningún desastre, Atentamente, etc etc”. Segundo, que alguien debería escribir un manual de etiqueta para este tipo de cuestiones, como los que se popularizaron durante el siglo XX y que le enseñaban al gran público todo lo que había que saber para celebrar bodas, cumpleaños, fiestas en el jardín o lo que fuera.
Mi manual de ceremonial y protocolo favorito es el de Emily Post, una dama perteneciente a los círculos más selectos de Nueva York, que en los años 20s escribía columnas sobre modales y fundó un instituto para la educación en estos temas que todavía hoy funciona. En el capítulo sobre cartas y esquelas, da detalles sobre cómo rechazar correctamente una invitación. “Aceptaciones y rechazos siempre deben ir por escrito pero nunca está bien recurrir a la vulgaridad de un formulario o fórmula. No hay nada de peor gusto que arruinar para siempre tu éxito social al anunciar que tenés tantas invitaciones que te ves obligada a usar una frase hecha para ganar algo de tiempo en la escritura de tus rechazos”. Otra buena respuesta a ese correo, me parece, pero ¿quién tiene tiempo de educar a sus corresponsales?
Claro que Emily también da consejos sobre cómo escribir una buena carta para declinar una invitación. Por ejemplo: “La señorita X lamenta extremadamente que un compromiso previo le impida aceptar la invitación de la señora Y”. Sí, ya sé: es otra forma de decir “me lo pierdo”. Pero justamente de eso estoy hablando. Yo estaría dispuesta a cambiar el día y la hora de mi evento si alguien me contestara de esa manera (sobre todo, usando la tercera persona). Claro que eso, según Emily, me convertiría en una paria social, porque ya se sabe que a las verdaderas damas les da igual quién viene y quién no y siguen adelante, escribiendo con dedicación y propiedad las cartas que sí vale la pena responder.