Por Esther Díaz
La entrega de los Martín Fierro de Cine demostró la potencia política de un gobierno desastroso. ¿Dónde está la ficción? ¿Hay un exceso de drama en la Rosada que justifica que ya no se filmen películas? Cuando la tortilla se dé vuelta no quedará kryptonita que alcance a los libertontos.
Los sectores más maltratados por las políticas irracionales están resultando un búmeran que se acerca peligrosamente a quien arrojó a su pueblo al mal vivir. Si se siembra odio se cosecha abominación. La potencia para descartar personas -ejecutada por el presente gobierno- giró sobre su propia trayectoria y está impactando contra el brutalismo libertario que alimenta su morbo acumulando enemistades a lo pavote. No obstante, las ambiciones desmedidas (propias y de una minoría) suelen ser aplastadas como alacrán emponzoñado por el mismo tóxico que emanan. Los sectores afectados se vuelven en contra.
Milei, los muertos que vos mataste gozan de buena salud. El incitador al crimen -amigo de encerrar opositores en un féretro y clavetearlos- ha reconocido, sin querer, que las posiciones contrarias a sus políticas tienen mucha potencia, de lo contrario no necesitaría tantos cerramientos en sus “metafóricos” ataúdes.
Lo que ocurrió en la entrega de los premios Martín Fierro Cine 2024 es una bisagra histórica. La política, que ya no se hace en el Congreso, se manifestó en la farándula. Ese corrimiento de lo político hacia las artes del espectáculo es un ejemplo de cómo el “capital humano” en realidad no es capital -como despectivamente lo bautizaron desde la pedantería libertaria- sino personas emocionales, racionales, pensantes, sufrientes, gozantes y capaces de manifestarse auténticamente (a favor y en contra del oficialismo), como no son capaces de hacerlo los legisladores y gobernadores traidores y sobornables, que especulan con sobres entregados a cambio de que voten hambre para el pueblo y robo del patrimonio nacional. No es que no hayas políticos y políticas decentes, es que las sabandijas morales abundan.
Los fariseos elegidos democráticamente ensucian con sus trapicheos de mercaderes el templo de la República. Ante tamaña corrupción, las personas que cosifican llamándolas “capital humano” devinieron potencia opositora.
“¡Amo!, ¡amo ser el topo que destruye el Estado desde adentro”, gritó con vos chillona e histérica comparándose con Terminator, pero, desde su eufórica torpeza, olvidándose que quien termina destruido es el propio Terminator. Le está saliendo el tiro por la culata o por esa parte del cuerpo, tan citada por Milei transido de obsesión anal.
Asteriscos con vaselina o que parezcan mandriles o que quedan ardiendo y otras finas “metáforas” pedófilas, pederastas y/o asesinas que obsesionan al presidente que no tuvo infancia (Don Fulgencio parafílico) y por más que acumule farandulescos noviazgos sigue siendo un niño pérfido cual personaje del Marqués de Sade.
Los sentimientos de la población carecen de importancia para los sistemas político-economicistas. Sólo vale lo que enriquece las arcas de los mega monopolios y de la especie de vinchuca que son los vendepatrias. Por eso, la estructura gubernamental fascistolibertaria trató de hacer desaparecer todo organismo de gobierno que se ocupe de los problemas realmente humano. Empatía cero, pero con mucha soberbia como para tapar su torpeza bajo el consabido latiguillo de “no hay plata”, mientras la ministra acumuladora compra coquetos bocaditos para su entorno. Y, como si todo este batiburrillo fuera poco, bautizaron las problemáticas psicosociales y de la cultura en general cosificándolas bajo el impropio título de “Capital Humano”.
El dolor de una madre mientras su hijo se muere de cáncer porque le retiraron la medicación no es capital. Es angustia, sufrimiento, impotencia de seres otrora libres convertidos en números descartable. El poder creyó que, borrando los ministerios y todas las instituciones relacionadas con la vida borraba del mapa a las personas jubiladas, enfermas, necesitadas, creativas, universitarias, periodistas, científicas y despedidas arbitrariamente de sus trabajos. Tratan de convertir el “capital humano” en deshechos humanos.
Pero, desde las humillaciones vomitadas por el poder surgió un acontecimiento histórico. Allí, donde crece el veneno crece también la salvación. Opositores y oficialistas expresando ideología (sin sobres) en los Martín Fierro, mientras les vendepatria se dejaban violar (con sobres) en el Congreso.
“¡Nos robaron la ficción! ¡La ficción está en la Rosada!”, exclamó con vos entrecortada Norman Briski y, al día siguiente, como si hubiese emitido un oráculo, en la Rosada el primer mandatario se empeñaba en apagar una bengala ¡soplando! Luego le acercaron una especie de torta amarilla con forma de patito y otra bengala encendida. Otra vez sopló desaforado para apagarla, en vano.
No sabe distinguir una vela de una bengala, es incapaz de relacionar déficit cero con penuria de un pueblo, ignora que la economía se creó para hacer más felices a las personas, no para precarizarlas. ¡Y pretende ganar un Premio Nóbel! El Mago sin Dientes de las finanzas.
El que no se conmueve ante las catástrofes nacionales, ni por la muerte de niñeces y vejeces desprotegidas por el ajuste, lloró a moco tendido porque un granadero le regaló un gorro. ¡Un gorro! “No me lo merezco”, decía haciendo pucheritos quien se considera estéticamente superior, el que retó a periodistas que le preguntaron algo personal, pero, sin ningún pudor, festejó su cumpleaños en el histórico balcón. Tenemos un presidente divorciado de la realidad, un Peter Pan de accionar y decir soeces.
La ficción está realmente en la Rosada, en la vulgaridad del festejo infantil del cumpleaños del presidente cincuentón. Hay inflación de delirio de grandeza. Se auto declaró inspirador del Absolute Superman. (La creadora del personaje lo desmintió). La ficción sigue en la Rosada mientras la corrupción se instala en buena parte del Congreso. La política se corrió a la Usina del Arte en la entrega de los premios Martín Fierro. Una bisagra histórica. También hay entusiasmo subversivo en las clases públicas de las universidades, en quien se manifiesta desde su miserable jubilación, desde la ciencia, la cultura, los feminismos, las sexualidades no hegemónicas, el periodismo honesto, la asistencia social y la salud comunitaria. Ahora, el Superman local quiere destruir los hospitales de niños. Si sigue dejando morir e impidiendo vivir se va a quedar sin “capital humano”. Se le está dando vuelta la tortilla de la aceptación popular y -en su caída- ni la kryptonita podrá dejarlo a un lado.