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Opinión del Lector

Choque de civilizaciones

Pablo Kornblum

Por Pablo Kornblum

Con la potenciación de la globalización neoliberal y el ‘fin de la historia’ de la década de 1990’, la paz global y la ‘macdonalización’ desparramada en ‘modo democracias capitalistas occidentales’ parecía que lograrían la paz y la concordia entre los diferentes pueblos del mundo; los cuales se verían, a partir de aquel momento, como homogéneamente participes del nuevo orden de consumo global.

Falso. Mejor dicho, erróneo. De la mano de las crisis socio-económicas que se han vivenciando en las últimas décadas (tigres asiáticos, crisis de 2008, pandemia), volvieron, como si nunca se hubieran ido, históricas tensiones culturales, raciales y religiosas. Y para sorpresa de no pocos, expresadas en toda la diversa gama de áreas que uno se pueda imaginar.

En la Eurocopa de futbol realizada en el corriente año en Alemania, solo para citar un empírico ejemplo popular, los polacos insultaban a los rusos, los albaneses se pelearon contra los macedonios, y los kosovares provocaban a los serbios, entre otros. Y como frutilla del postre, en el medio de la misma, futbolistas franceses se inmiscuyeron en las elecciones de su país: “Es muy grave y muy triste”, dijo Marcus Thuram, en referencia a la victoria del partido de Le Pen en las pasadas elecciones para representar al país galo en el Parlamento europeo.

La inmigración es otra variable que se encuentra permanentemente en la picota. La expansión de los partidos políticos de derecha alrededor del mundo, tiene su foco en aquellos que, generalmente por miseria o persecución, huyen de sus lugares de origen.

¿Son mano de obra barata que compite con los ‘blue collar’ del mundo desarrollado y requieren un incremento del expendio Público? Probablemente. Pero a muchos empresarios le sirve. Y el real problema de estos últimos es que tienen que luchar con, en muchos casos, los obstáculos políticos derivados de la imposibilidad de adaptarse por parte del inmigrante a las nuevas condiciones culturales.

Porque claro, la cultura y la religión también juegan. Miremos sino el caso emblemático de Israel. Desde su independencia en 1948, hubo una sucesión de conflictos permanentes con actores externos (Siria, Egipto, Líbano, etc.) e internos (Palestinos y árabes-israelíes).

A ello se le adiciona la pelea regional entre sunníes – con Arabia Saudita a la cabeza – y los chiítas comandados por Irán. La concentración de la riqueza y la mono-producción sin valor agregado, son la bomba de tiempo que inyecta odio a los distintos actores estatales y no estatales – léase milicias proxys -, que actúan en la región.

Es lógico que entonces nos preguntemos: ¿Dónde podemos encontrar la prosperidad colectiva global que iba a traer la hermandad económica a pueblos tan disímiles? Algunos podrán decir que, en realidad, el camino no era la globalización neoliberal, sino más bien la otrora internacional socialista. Pero la historia está escrita y el ganador quedó del otro lado del muro.

Otros podrán afirmar que lo mejor que podría haber pasado para la ciudadanía trasnacional es el haber generado un Estado de Bienestar Global. Una social-democracia a la europea en cada uno de los continentes. Hubiera sido un experimento interesante. Aunque, probablemente, algún teórico saldría a afirmar que los modelos nórdicos no podrían haber existido como tales sin la expoliación y la miseria del Sur global.

Como no se puede vivir de hipótesis y, como diría el General, la única verdad es la realidad, nos tenemos que enfrentar a la actual coyuntura cuasi distópica tratando de dar con la difícil tarea de llegar a la prosperidad con paz social.

Difícil en un mundo que ha regresado hacia las tensiones geopolíticas de una bipolaridad con matices manifiestos dignos del siglo pasado. Y más aún, con un modelo económico sistémico global que ha quedado enfrascado en una dinámica financista que alienta un consumo desbocado pero contrariado por los salarios de subsistencia. La consecuencia: un círculo vicioso de desigualdad creciente, la búsqueda desesperada de un futuro mejor para masas culturalmente amorfas, y gobiernos constreñidos con sociedades temerosas de lo desconocido, de lo diferente.

No parece – y tampoco los líderes globales realizan mucho esfuerzo -, que se busquen soluciones comunes y respetuosas: luce imposible soñar con dos Estados para el conflicto palestino-israelí, el intentar trabajar sobre políticas que den respuesta a las necesidades de los centroamericanos para que no migren a los Estados Unidos, o mismo el pregonar un entendimiento binacional para encontrar un destino armonioso a los nacionalistas rusos que han vivido desde hace décadas en el Donbass ucraniano, entre tantos ejemplos que podemos mencionar.

La búsqueda de poder y riqueza como eje de las elites políticas, se amalgama puntillosamente con la persecución de recursos estratégicos naturales y financieros por parte de las elites económicas; una dinámica que se mantiene como eje rector del funcionamiento sistémico global. Como complemento, la explicación mediática que sostiene, a capa y espada, que todos los dilemas de la sociedad se deberían subsumir al consumo desmedido. Y nada más. Y el que no se acople, debe aguantar. Cada uno como pueda.

Por supuesto, hasta que la olla se destapa y, en cualquier momento, explote. Y en ese momento, seguramente viviremos reacomodamientos sociales y políticos que permitirán barajar y dar de nuevo. Quien dice, con nuevas cartas; nuevas normas de convivencia entre pueblos y personas, que deben respetar y ser respetados. Mientras tanto, con el actual sistema mundo imperante, no se observa, al menos en el corto plazo, un futuro de paz y armonía en la arena internacional.

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