Por Gustavo López
En 1983, después de la dictadura más sangrienta que había vivido la Argentina, con asesinatos, campos clandestinos de detención, torturas y robo de niños entre otros delitos aberrantes sumado a una guerra improvisada y que mandó al matadero a jóvenes adolescentes, la sociedad quería paz, libertad y democracia.
No fue casualidad que el documental “La República perdida” fuera la película más vista y que Alfonsín ganara abrumadoramente la elección recitando el preámbulo de la Constitución. Ese era el clima de época, la paz, la democracia y el Estado de Derecho, que derivó en el Nunca Más y en el período institucional, más largo sin interrupciones, desde que el Pueblo vota libremente.
La recuperación de la democracia derivó en poder gozar de las libertades, que las plazas se llenaran de cultura, que las universidades florecieran y que, por primera vez en la historia Constitucional, un gobierno democrático juzgara crímenes aberrantes a través de la justicia ordinaria y con las garantías correspondientes.
Después de la crisis de la convertibilidad y del 2001, el clima de época reclamaba pan y trabajo. Kirchner lo supo interpretar y cumplió con las expectativas de la sociedad, creando millones de empleos, aumentando los salarios, logrando la jubilación de aquellos a los que les habían robado los aportes y se marchó hacia “un país normal”. El trabajo volvió a ser el gran ordenador de la sociedad y la política fue, otra vez, la gran herramienta para transformar la realidad. América Latina fue, en esos años, el único lugar de crecimiento con distribución del ingreso.
¿Cuál es el clima de esta época? Pareciera que es el de la frustración, la bronca, el desencanto con todo el sistema, porque después de 40 años de democracia las condiciones sociales de una gran parte de la población continúan insatisfechas. Aumento de la pobreza, de la indigencia, de los asentamientos, empeoramiento de condiciones ambientales y fundamentalmente falta de expectativa para los más jóvenes. El sistema no te brinda un horizonte claro que permita ver un futuro al alcance de la mano.
El problema adicional, es que, a diferencia de otros climas de época, el actual no está ofreciendo una salida superadora, sino que, al revés, derechos que creíamos consolidados e inamovibles se empiezan a cuestionar con un retroceso espantoso.
Este clima de época está llevando a que a buena parte de la política le dé lo mismo que se reivindique a asesinos y torturadores dejando de lado el Pacto democrático del ‘83, que se intente asesinar a una vicepresidenta en ejercicio y dos veces presidenta sin preguntarse quién o quienes la mandaron matar y sin que este hecho tremendo genere un repudio generalizado, ya que puso en riesgo la convivencia democrática. Este clima de época tolera la violencia simbólica que después deviene en violencia física. Que las noticias falsas le ganen a la verdad o que la verdad ya no importe. Este clima de época nos está llevando peligrosamente al desdén y que, desde allí, las políticas que se están aplicando lleven a una situación económica y social de dimensiones catastróficas.
Que más de la mitad de la población esté bajo la línea de pobreza y que el gobierno se regodee con los aumentos de las tarifas, los despidos y la motosierra, es algo que nunca habíamos vivido. Porque hasta ahora, cada gobierno que recortó lo trató de disimular, la pobreza siempre fue sinónimo de dolor y a ningún gobernante se le ocurría festejar despidos mientras insulta a periodistas, artistas y científicos haciendo alusiones al sexo y a los mandriles.
Las crisis siempre representan una oportunidad. Cuando se pierde el norte se necesita una brújula y la brújula son los principios, aquellos que nos hicieron militar en política para cambiar la realidad, un conjunto de valores humanistas y democráticos para lograr el bien común.
Ese debe ser el punto de encuentro de los que nos oponemos a estas políticas de crueldad, el de construir una sociedad más justa, equitativa e igualitaria. Ese camino lo hemos emprendido con Ricardo Alfonsín, que dejó la UCR para preservar sus valores y con Libres del Sur y lo seguiremos transitando y construyendo con todos los que estén dispuestos a ser opositores firmes, pero también a proponer un modelo de país de libertad, justicia social y equidad.
Necesitamos, definitivamente, construir una democracia para siempre y una Patria para todos.