Por Emilce Moler
Se acercó con sus pasos lentos pero firmes. Se paró al lado mío, me sonrió. Nos buscamos las manos y las entrelazamos fuerte. Y el himno nacional comenzó a sonar. Apretaba su mano para que la emoción no me jugase una mala pasada. Si ella estaba allí yo tenía que poder seguir parada en ese escenario. No es que me quiebran las palabras que se dicen, ni el miedo a hablar. Son las miles de caras de adolescentes que pueblan la plaza en la conmemoración del 16 de septiembre, con sus rostros llenos de vida, de esperanza de alegría… Éso es lo que me quiebra. Se me acerca Herenia y como si entendiera mis emociones me susurra al oído:
--Qué jovencitos que son ¿no? Pensar que así eran los chicos.
Sí, así eran. Sonaban las últimas estrofas del himno, se alzaban los dedos en V, las banderas se agitaban y los cánticos sonaban fuerte, igual que nuestras manos entrelazadas. Me tocaba hablar y tenía la garganta cerrada. Nos fuimos soltando las manos, le di un beso en la mejilla y la acompañé a la silla. Fue un instante: contemplé su ternura, su templanza, su modo de acomodar su pañuelo. Caminé al micrófono y las palabras comenzaron a brotar. Es que, como dice la canción, me di cuenta de que solo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros, querida Herenia.
Elegí esta pincelada de uno de los últimos encuentros, de los muchos que tuve con Herenia, porque describe en forma de imágenes quién fue y es ella y el cariño mutuo que nos tenemos. Serena, fuerte, con una claridad ideológica envidiable y, sobre todo, “una maestra”. Cada vez que habla, y lo voy a seguir escribiendo siempre en tiempo presente, da cátedra, en el mejor de los sentidos. Enseña sobre la vida, los sentimientos, los modos de transitar los espacios de la política. Fue docente y lo sigue siendo a cada paso. Pero si bien valoro sus palabras, lo que más me conmueve son sus acciones. Ella siempre está en los lugares necesarios, aquellos en donde su estar marca la diferencia. Está acompañando, brindando ayuda, tendiendo su mano a quienes la necesitan. No escatima su presencia.
A Herenia nos unen dos ciudades: La Plata y Mar del Plata. En estos dos puntos geográficos nos fuimos entrecruzando en actos, marchas, reclamos, reconocimientos, juicios, charlas con jóvenes, tristezas, frustraciones y alegrías. En cada encuentro, con cada intercambio de palabras, con cada cruce de mirada, aprendía de ella, disfrutaba de ella, me cargaba de las fuerzas que a veces me faltaban.
También nos une el bachillerato de Bellas Artes. Las historias de Herenia como docente del “bachi” fluyen entre los egresados, siempre con palabras de amor y recuerdos de sus enseñanzas. Compartimos ese maravilloso colegio tan especial, con sus olores a óleos, a aguarrás, con estatuas imponentes y partituras de música. Arte e ideales políticos que marcaron a una generación, gracias a docentes como Herenia, como la querida Irma Zucchi y otros tantos de aquellos años que nos hicieron comprender que los procesos históricos no son lineales, son más complejos y siempre, siempre hay disputa de intereses económicos.
Y es por todo esto que debemos escribir nuevos relatos y tejer tramas de la memoria: por Herenia, por sus enseñanzas, por las Madres, por sus luchas.